Bajando del corcel…

La primera página de un libro no lo es todo pero los hay algunos que arrancan sus fuegos con alcohol metílico. Es el caso de Ovidio, que, según mi conocimiento de la literatura clásica, es el primero al que se le dió por decir, entre sus primeras páginas del Arte de amar, que la inspiración le venía de su experiencia y no de los dioses. Supongo que para mandársela a guardar a Virgilio, que guiado por los dioses tal vez carecía de amigos sinceros y se rodeaba de súbditos chupamedias puesto que tener un vínculo con él era ya una cuestión religiosa. Pero en fin, volviendo a esa primera página y al fuego con que comienza, el poeta va dos veces contra el aura divina con la que envolvemos algunas cuestiones humanas: dice, sin dejar de acordar con la mitología, que el amor es un niño «apto por su corta edad para ser guiado», y que este debe ser regido por el «arte». En esos tiempos «arte» tenía un significado ligado mucho más a un oficio, a una habilidad incorporada, aprendida, en fin, a una técnica o, mejor dicho, tecnología. No sé latín, pero sí un poco de griego, démosle a esto una credibilidad del 50 por ciento. De modo que el Arte de amar, como venía diciendo, arranca con mucho combustible o, si preferimos otro tipo de imagen, con un par de buenas trompadas que bien podrían haberle dolido a cualquier Virgilio, lástima que sus costillas sean etéreas.