Los triángulos

Los escotes, la ropa interior e inferior de una mujer y los collares con objetos colgantes suelen formar triángulos que no son connaturales al cuerpo, que no siguen su forma sino que lo utilizan para representar una forma que le es ajena. El fetichismo que surge ante la vista de estas formas y que las exige para el deseo o el placer es más que sobrante. Hay a quienes les repulsa un cuerpo que no seduzca a través de estas formas y les resulta informe e indeseable si se ve liberado de estas o incapaz de relucirlas a causa de su gordura o falta de hinchazón.

El erotismo visual y hegemónico gira en gran medida alrededor de estas formas sagradas consistentes en tres puntos que siempre formarán 180 grados y que implican la primera figura geométrica posible para el pensamiento. Tres puntos que pueden encontrarse en diversas simbologías, misterios religiosos y conflictos o causas del deseo amoroso. El padre, la madre y el hijo. La Santa Trinidad. La constante aparición de “otros” y “otras” en las fantasías y pesadillas de los enamorados celosos.

La cuestión es por qué ocurre esta insistencia con la forma triangular para estimular el deseo o encontrar misterios insondables en una religión ¿O será esto el origen de todo deseo? Un tercero que mire y cuya mirada haga valer el teatro, la comedia, de una pareja moderna, un ladrón de novias que eleve la cotización de la amada, un tercer integrante que dé la posibilidad de una figura geométrica, una representación de la realidad que carezca de puntitos anarquistas navegando la materia lejos de cualquier jerarquía de la lógica.

Podríamos atrevernos a pensar que este misterio fuera de la comprensión es a su vez movido por la naturaleza lógica y abstracta que nos es inmanente ya en el mundo occidental. El dominio del tercero, el padre que se para en la cresta de la pirámide y viola a la madre y oprime al hijo. O el hijo que se acuesta a la sombra de sus creadores –el triángulo que apunta hacia abajo- y que no puede crear, esclavo de los dos otros puntos del triángulo que justifican su existencia como punto dentro de un orden, de un cosmos.

No podemos pedirle al ser humano que deje de unir las estrellas graficando su mitología, su origen. Pero escapemos de esos primeros 180 grados que encarcelan el deseo. Las estrellas hablan por sí mismas. Y hace frío y sopla el viento en la sierra despejada que nos abre la cúpula del cielo para verlas. Antes del primer calor fue el gran invierno de existir, de buscar ese fuego.