La piel oscura

La piel oscurecida representa en el Cantar de Cantares una piel vergonzosa, que es excusada por la enamorada con el trabajo bajo el sol al que la obligaron. Y es eso en parte a lo que refiere la piel oscurecida y que también avergüenza: el trabajo, la falta de  virtud aristocrática. La blancura permanece en la pureza, hasta han habido teorías acerca de cómo la humanidad se volvió negra si Adán y Eva eran blancos, refiere a la inocencia, a la falta de corrupción, en síntesis, a lo ideal. En cambio, la piel curtida por el sol lleva en sí la salvajuria o por lo menos el ser algo de segunda. No sabría decir bien si se lo suele asociar con el mal, pero sí, a causa de su falta de virtud, con la ignorancia, el gusto por el placer inmediato, el pecado, la falta de reflexión, vergüenza, escrúpulos, o, para abreviarlo, con actitudes que solemos llamar “negradas”.

A la hora de dejarse llevar por un objeto de deseo, querer “hundir el yo en la carne extraña” dice Baudelaire, somos, obviamente, muy selectivos, nuestro dejarnos llevar no es absoluto porque en ese caso la voluptuosidad nos hundiría en la masturbación, la homosexualidad o la zoofilia, y quedaríamos abismados hasta morir. Entre nuestras elecciones, más allá de que haya oportunidad de elegir o no, la concepción que venía mencionando hasta hace poco suele condicionarnos en gran medida, sobre todo cuando nos pesa la baja autoestima, la falta de experiencia y la mediocridad de la clase media que suele creer estar más allá de donde puede estar. Y porque se trata de “hundir” el YO y no otra cosa, no hundirse enteramente, buscamos la virtud aristocrática en nuestros objetos de deseo, o sea, la pureza de las formas, mientras que la monstruosidad deseante sólo queda en nosotros.

Caemos entonces en la enorme contradicción de querer hundirnos desesperadamente…pero no tanto, porque somos muy selectivos. A ningún hombre o mujer feos les falta la experiencia de haber buscado el amor de alguien tan o más feo que ellos y que este los ignore como si se tratara de la gran cosa, esperando seguramente alguna clase de príncipe azul. Y la fealdad no es otra cosa que la miseria de las formas, un lugar donde no hay virtud que buscar porque todo ya está dicho en los cuerpos. La piel oscura entonces es víctima de una dicotomía y toma de ella la parte menos deseable, por lo menos a primera vista, está menos iluminada por las ideas del bien y la belleza que la piel blanca y los rasgos europeos.

Pero toda dicotomía es como un nudo, y los nudos se pueden desatar, aunque no tirando del hilo como lo creería un necio. Todo aquello que es víctima de rechazo es parte de lo que somos y no dejamos ser, aquello que invisibilizamos o le asignamos la falta de forma y determinación buena, la monstruosidad. Y, como ya vengo diciendo, esa monstruosidad es completamente nuestra y todo gusto caprichoso le cierra las puertas.

Y la cuestión es: si somos eso ¿Por qué no conocerlo, llevar el deseo hacia aquello que no tiene forma en nosotros, tal vez porque todavía no se la dimos? Los ideales de belleza nos dejan muy solitarios y xenófobos.

Bronce enloquecido llama Fijman al cuerpo de una paraguaya. Lo asocia al monte en su olor y a los naranjos. Yo he visto hasta el color de la plata en el reflejo de una luz de bajo consumo sobre una piel oscura. Es una piel que brilla distinto, que da curiosidad y ternura y pasión irrefrenable cuando ya estamos hartos de buscar el consuelo de nuestras miserias en la angelicalidad etnocentrista de una rubia o una colorada. La virgen María no tuvo porqué haber sido blanca y no tuvo porqué haber sido virgen, buscamos siempre nuestro reflejo en la idea ¿Porqué no abrir la imaginación, la única idea posible, volcarla en la materia y hacer del amor algo más que una dicotomía frustrante?